No se abren
los mares para quien vive ahogado,
aún menos,
para quien muere antes de nacer.
Herencia de
un dolor nativo, la Nakba congénita por imposición,
a los pies
de los caballos. A punta de fusil.
No hay
letras, ni ciencias, ni artes, ni recreo,
para los hijos del olivo,sin gases de Sión, sin patada ni empujón, sin insultos,
sin codo roto, sin apuestas apuntándole a una
sien.
El futuro ya
pasó por el infierno. El paraíso simplemente,
es llegar a
ver amanecer mañana; y el alba, es borrada constantemente,
como borrada
queda la sonrisa de una madre huérfana de hijos.
No hay trigo
para la paz, ni pan para el granjero,
el agua con
piel de tifus riega la sed y sus pastos,
y el más que
vasto serpenteo de un muro de hormigón arrastra a la fuerza,
-con el
silencio como cómplice-
a las almas ignoradas, por el ojo que no todo
lo quiere ver,
al eco de
holocaustos de otras guerras, amparo, concesión y potestad
para autoproclamarse
juez y gatillo inventándose al enemigo.
Un asteroide
gigante sobre un charco en el desierto.
Una frontera
en el corazón de cada soldado, una frontera,
como
elemento constitutivo en los poros del ciudadano.
Casas rojas
en ciudades blancas. Omisión por interés. Vergüenza.
No se abren
los mares para quien vive ahogado,
aún menos, para
quien muere antes de nacer.
No hay luz a
plena luz del día, no hay noche para quien solo desea descanso.
No hay hambre
dentro de las piedras, ni sed que las detenga.
¿Y qué es lo
que hay? Se preguntarán.
Hay una
verdad albergada en el dolor, el pensamiento radical que es la razón
y el deber de la historia en no ocultarlo. El
canto del poeta que murió dibujando
en el cielo
de su pueblo una palabra; Resistencia.